David Bowie

Llamar a Bowie una figura de transición en la historia del rock es menos un juicio que una descripción de su trabajo. Cada nicho que encontró estaba en una cúspide, y no se sentía como en casa en ningún otro lugar; ciertamente no en el suburbio de Londres sin recursos, donde su infancia fue tan triste como deslumbrante sería su vida adulta.

Si bien la pose favorita de este aficionado nato era la de un gran artista seducido por las posibilidades del rock como vehículo, en verdad era más un rockero atraído por el arte porque funcionaba mejor que cualquier otra pose que hubiera probado.

“Space Oddity”, el sencillo de ciencia ficción que marca el verdadero comienzo de su carrera, alcanzó el top 10 en Gran Bretaña en 1969, pero no se convirtió en un elemento básico de la radio estadounidense hasta algunos años después, aunque Bowie astutamente había vinculado su lanzamiento original al Misión Apolo 11 a la Luna.

Su primer álbum destacado, The Man Who Sold the World (1970), un híbrido profético de folk, art rock y heavy metal, tampoco lo convirtió en un nombre familiar. No fue hasta Hunky Dory (1971) que dio con la atractiva noción posmoderna de presentar su camaleonismo como una identidad y no como la falta de ella.

Bowie continuó grabando hasta el siglo XXI, aunque un período de inactividad que siguió al lanzamiento de Reality (2003), una versión retrospectiva, llevó a la especulación de que se había retirado. Resurgió inesperadamente una década después con The Next Day (2013), una colección de canciones de rock seguras, en su mayoría sencillas. Blackstar (2016), inquisitivo y con infusión de jazz, se estrenó dos días antes de su muerte por cáncer.

En los últimos años de Bowie también coescribió el musical Lazarus (estrenado en 2015), inspirado en El hombre que cayó a la Tierra, y fue objeto de una exitosa exposición de arte, David Bowie Is (inaugurada en 2013).